Weekly Journal

Prada Shoes in a blister and tape
Image published in L'Officiel 2020 print edition.
Packaging de Troya

¿En qué momento empezamos a darle más importancia al envase que al contenido? Es decir, ¿cuándo nos supero el packaging?

Ni idea. Si me pongo a pensar, creo que fue más o menos en la antigua Grecia, con su famoso caballo de Troya. Sí, sé que está muy manido. Seguro que hay ejemplos anteriores que desconozco. Si me voy un poquito antes, en Egipto, ya tenían envases chulos. Sin embargo, los reservaban para las cosas preferidas de los faraones, dioses en la tierra. ¡Cuidado! Un buen contenido.

El caso es que en Troya se dejaron seducir por el envase. La cosa no salió bien. Es un flagrante ejemplo de la manipulación que puede conseguirse con un envase. Ojo, no influencia. Pero me estoy desviando. Puede que esto fuera el comienzo del planteamiento de los envasadores, pero desde hace unos años, digamos 20 por poner un número, todo se envasa.

Es inquietante que nos envasen la piña o la zanahoria, que ya tienen su propia protección orgánica y funcional. Lo quitamos para darle otro más «pon aquí lo que quieras» y nos quedamos tan pichis. Así que el primer aprendizaje es que tal y como lo hace la naturaleza no nos va bien. Es incómodo, antiestético y, lo que es peor, no ofrece confianza. Un tomate arrugado o un calabacín curvo presagian algo malo.

Y no es lo único. Políticos que influyen a través de la mentira, sabiendo que su imagen lo soportará. Influencers adictos. Audiencias exhaustas de información buscando culpables. Cuanto más simple más nos lo tragamos.

Cómo hemos llegado a estas conclusiones se lo dejo al branding y sus medios de difusión. No quiero distraerme del hilo principal. El defecto, lejos de dignificar, es la señal definitiva de que algo en el interior está mal. Dicho de otra forma: lo que nos hace únicos nos penaliza. Pensamos que cualquier signo anuncia enfermedad. Como fotógrafo publicitario, para mí sería sencillo traer aquí cosas sobre estética, la imagen vale más que mil palabras, etc., pero sigo.

El caso es que, para defendernos del peligro y crear confianza, nada mejor que un buen envase. Tanto es así que nos pasa con todo: packaging o envasamiento, si es que esta palabra existe. Lo vemos en la comida, higiene, agua, etc. Podríamos dejarlo ahí, pero estamos entrando en la obsesión por nuestro propio envase: el cuerpo.

La cosa comenzó con unos adornos hace mucho tiempo, muestra de pertenencia y después de exclusividad. Y después de años de evolución, hemos llegado a lo que, en mi opinión, ha aparecido en estos últimos tiempos, los cuerpos virtuales. La cirugía prometió cuerpos bonitos y ahora promete hacer que nuestro cuerpo real sea como el virtual para evitar decepciones. Se está estableciendo, gracias a nuestra imagen digital cargada de filtros y fantasías, que el mundo real es poco interesante. Sería mejor relacionarnos a través de entes digitales más estilizados y cercanos a la imagen que nos gustaría tener, en vez de la que realmente tenemos. La pesadilla de los gimnasios. Hasta que eso sea cotidiano modificaremos culos, cinturas o pieles al modo Valencia, por citar un clásico.

El caso es que ahora cada uno de nosotros puede ser un troyano. El caballo, animal sagrado, es nuestro cuerpo, que se resistía a la manipulación. Ofrecemos una imagen oportuna que esconde quién realmente somos. Millones de caballos de Troya con una exposición excesiva, dispuestos a invadir cualquier espacio. Abrumador.

Pero hay buenas noticias: esto puede cambiar. Si hay algo cierto en la vida es el cambio. Y si la evolución se basa en la conservación del individuo, después de la especie y ahora del gen, el futuro no puede ser la conservación del avatar, más armonioso, inmortal e higiénico sino de la única protesta que merece la pena: la autenticidad.