Weekly Journal

Retrato de Ferrán Adría
El secreto de un buen retrato

La vida real es muy difícil de encontrar; por eso preferimos las virtuales. No me refiero solo a las que se viven online, sino a cualquiera que elegimos en nuestro universo personal porque es más conveniente.

En la fotografía de retrato ocurre lo mismo. Encontrar a la verdadera persona es muy complicado; por eso prefiero a la que puedo ver, la que tengo frente a mí, la que sí puedo fotografiar. Algunos podrían equivocarse pensando que esto se debe a una falta de amor por el esfuerzo. Nada más lejos de la realidad. Es, más bien, una cuestión de oportunidad.

Todos, sin excepción, queremos ser reconocidos. Sin embargo, lo ponemos muy difícil. Años de mala educación, experiencias quizá dolorosas, una sociedad que adora la idoneidad y penaliza la imperfección… En este entorno, ¿cómo ser uno mismo y no morir en el intento? No queremos decepcionar, por miedo a sentir el rechazo de nuestros iguales, que puede ser incluso mortal: quedarnos solos y enfrentarnos a los peligros naturales. Por lo tanto, nos envolvemos en otros «yo», a veces diseñados específicamente para sobrevivir. Como líder, como súbdito, como bufón, como cortesano, como gusano… El papel da igual, siempre que asegure la supervivencia. Porque en cada uno de ellos podemos encontrar una historia que lo vuelve real.

Y ahí entro yo. Como retratista, me interesa esa historia. Ni siquiera espero que sea real; como primer paso, solo espero ser capaz de identificarla. Los días en los que lo consigo, en los que me siento afortunado, entonces puedo hacer algo más: buscar las emociones tras ellas, los detalles que nos llevaron a esa historia. Esas emociones tan democráticas y necesarias para crear vínculos cuya misión es avisarnos de nuestra realidad y que a veces incluso la construimos al no entenderlas. Una realidad tejida por la necesidad de supervivencia, tan relacionada con sentirnos parte de un grupo, y por las historias que contamos para hacerla creíble. De esta forma, podemos crear puentes con los demás, sean reales o virtuales. No importa, siempre que funcionen. Llevo años fotografiando estos puentes comerciales, ficticios. En realidad, vivimos en ese mundo, y es tan real como cualquier otro, aunque no necesariamente conectado con nuestra esencia.

Como autor y retratista, me interesa llegar a los puentes que construimos interiormente, completamente ajenos a modas y culturas. Nuestras honestas conexiones internas. Esas historias sobre nosotros mismos que elaboramos para explicarnos por qué somos como somos, qué nos hace vibrar y cuál es nuestro lugar en el mundo. Me siento afortunado cada vez que tengo la oportunidad de fotografiar una historia genuina entre tanta historia ficticia.

Y el retratado dice: “Tras años de construcción de mi mundo ideal ¿qué sentido tiene revelar el truco? ¿Por qué querría desvelar mis miedos o imperfecciones?” No lo hago, si es que las hubiera. Una sesión de retrato no es un interrogatorio donde aspire a encontrar la verdad. No es un test psicológico en el que pueda encontrar la mentira a través de un análisis. Tampoco una confesión que ofrezca la redención.

Un buen retrato nace de una conversación, donde dos personas crean un lugar de confianza para construir un puente, esta vez genuino y solidificado en una imagen. Y gracias a la imagen perdura, puede observarse tanto tiempo como sea necesario, por ti mismo o por otros. Y es en esa observación donde vuelven los sentimientos y emociones genuinas de uno mismo, las que nos hacen quienes somos, y que conviene no olvidar. Son la señal que nos permite encontrar el agua potable en la inundación de imágenes corrientes. Son el ancla a través de los años.

Más imágenes aquí. https://juliobarcena.com/la-vanguardia-ferran-adria-manuel-vilas/