Hay algo profundamente hermoso en realizar un retrato. Es el resultado de una conversación entre al menos dos personas. Me gusta tenerlas en el estudio, en algún lugar de Barcelona o Madrid. Lo importante es que sea honesta y, si lo es, encontraré una versión de quién somos. A veces es lo que queremos mostrar. Otras lo que otros esperan ver. Con suerte esa parte esencial que nos hace únicos. En mi caso aspiro a reconocer y capturar con mi iluminación lo que hemos hablado. Me parece muy soberbio pensar que voy a poder retratar a una persona en una imagen. Las personas somos complejas, poliédricas y maravillosamente sorprendentes y contradictorias. Mi objetivo en una sesión de retrato es crear las condiciones necesarias para que la magia ocurra.
Y en un mundo saturado de imágenes, donde la pose y el filtro lo invaden todo, recuperar el valor del retrato como una forma de reivindicar lo auténtico de la propia identidad se ha vuelto más urgente que nunca. Especialmente si eres profesional, emprendedor o creativo en ciudades como Barcelona o Madrid, donde comunicar tu esencia puede marcar la diferencia.
- Identidad formal: lo que se ve… pero también lo que se intuye
Desde el punto de vista más superficial, la identidad empieza por lo visual: el rostro, el gesto, la postura, la ropa, la luz que baña la escena. Son elementos que cualquiera puede observar. Pero un buen retrato no se queda ahí. El retrato se convierte en algo poderoso cuando va más allá de lo formal. Cuando esas señales visuales son el canal —no el contenido— de algo más profundo. Lo formal no es la identidad en sí, pero es el primer puente hacia ella. Según The British Journal of Photography, el retrato contemporáneo está dejando atrás la idea de representar el físico para centrarse en capturar estados emocionales y verdades personales. Ahí empieza la diferencia.
- Identidad personal: lo que nos hace únicos
Tu identidad no es sólo una construcción estética, es un conjunto de crisis personales que has transformado en experiencias y te permiten enfrentar el mundo tal y como es y tal y como eres. Se forma con tus vivencias, tus decisiones, tus heridas y tus deseos. Esa historia es visible… si se sabe mirar.
El buen retrato escucha. Ofrece tiempo y espacio para que las cosas ocurran. Observa sin juzgar. Y cuando logra captar esa historia interna, y sólo entonces, se hace la imagen. Y la imagen se convierte en un contenedor del instante vivido y un reflejo de esa verdad.
- Identidad social: cómo nos reconocen los demás
Necesitamos a los demás, de hecho la vida no tiene sentido sin los otros. Medimos nuestro grado de felicidad en función de la calidad de las relaciones que construimos. Por tanto, la identidad no solo es quién crees que eres. También es cómo te perciben los otros. En entornos urbanos como Barcelona o Madrid, esa percepción muchas veces se forma a través de imágenes: tu perfil profesional, tu retrato en una campaña, una foto que resume tu universo personal.
Un retrato puede validar esa percepción o transformarla. Puede ayudarte a decir: “Esto soy yo, de verdad”. En este sentido, el retrato se convierte en una herramienta de comunicación tan poderosa como cualquier discurso o biografía.
La Fundación Telefónica ya advertía en una de sus exposiciones recientes que la imagen, hoy más que nunca, es uno de los pilares sobre los que se construye nuestra identidad pública. No es solo cuestión de estética: es posicionamiento, es pertenencia, es una forma de decir “aquí estoy” en un mundo que muchas vece